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Mi encuentro con el Taita Querubin Queta

Fecha de publicación: 17/02/2024

El Taita1 colombiano Querubín Queta falleció en 3 de febrero 2024 a los 110 años. De la etnia Kofan, ha sido un líder indígena notable y destacado chamán, reconocido y muy respetado por sus pares colombianos de diferentes grupos autóctonos.

Nacido en 1913 en San Antonio, Valle del Guamuéz, el Taita Querubín Queta dedicó toda su vida a preservar las tradiciones y sabiduría ancestral de la Amazonía Colombiana. Su fallecimiento el 3 de febrero del 2024 deja un vacío en la comunidad y un reconocimiento unánime por su contribución a la preservación de la cultura indígena.

Con otros líderes indígenas de varias etnias ha promovido la formación de la Unión de Médicos Yacegeros [ayahuasqueros] de la Amazonía Colombiana (UMIYAC) que agrupaba unas 9 etnias amazónicas. Esta agrupación impulsada desde el lado médico-occidental por nuestro amigo el Dr. Germán Zuluaga, ha producido un Código de Ética muy valioso que queda como un referente en torno a las tomas de ayahuasca vistas desde la tradición indígena.

En agosto del 2010 (17-21), participamos con mi esposa Rosa Giove al II Encuentro de Culturas Indígenas en la ciudad de Pasto, Nariño, Colombia. Rosa hizo una conferencia sobre “Lo Humano y el Cosmos” que ha sido muy aplaudida, y participó de un encuentro de Mujeres Sanadoras.

Organizado por la Gobernación de Nariño, el Encuentro contaba con intervenciones académicas, actividades culturales y al mismo con tiempos rituales de sanación llevados por los diversos curanderos (ayahuasca-yagé, huachuma, peyote, yopo, temazcal, inipi…).

En este viaje, fui invitado a participar en la Asamblea General de la UMIYAC en Mocoa, por el Taita Humberto Piaguaje, de la etnia Siona y Consejero mayor de la UMIYAC. Era el único no indígena y fue un privilegio asistir a esta reunión por la cercanía que tenía con el maestro Humberto. Humberto Piaguaje había venido en tres oportunidades a Takiwasi, con su esposa, donde había llevado sesiones de ayahuasca mostrando una gran pericia y dominio de su arte médico.

En esta oportunidad también me invitó a su casa en el Resguardo de Buena Vista, comunidad Siona ubicada en las orillas del río Putumayo. En su maloca situada a poca distancia de su casa, llevó una sesión de ayahuasca destinada a su comunidad donde participaron unas 40 personas, hombres y mujeres. Era el único no indígena presente. Fue aleccionador observar la manera como llevaban la sesión y a la vez desconcertante en comparación de nuestro modo habitual en Takiwasi. Esta ceremonia era filmada, con mucha discreción, por un equipo español-canadiense (Jerónimo Mazarrasa - Mark Ellam) en el contexto de una película sobre Takiwasi.

Las mujeres estaban separadas de los hombres, a un costado. Durante toda la ceremonia, a intervalos regulares, un joven pasaba entre los participantes con sahumerio para limpiar el ambiente. Estábamos en hamacas, sin balde para vomitar. En caso necesario había que precipitarse fuera, lo mismo para defecar en el claro del bosque alrededor. Por compasión me dieron un cubo que me tranquilizó porque no sabía si alcanzaría la salida a tiempo en caso de necesidad urgente. La preparación del yagé es con la liana ayahuasca y con “yage” (Diplopterys cabrerana) al lugar de nuestra acostumbrada chacruna (Psychotria viridis). Tiene a la vez efectos más lentos, pero más duraderos, en general con olas de mareación alternando con playas de reposo, y con efectos purgativos casi imperativos. Los maestros o taitas cantan sin orden particular, a veces de manera simultánea y con ikaros diferentes. Afuera de la maloca se prende una fogata. Los participantes se desplazan a su gusto, salen y entran cuando quieren, dando una sensación de desorden para uno acostumbrado al estilo de Takiwasi. Los curanderos empiezan a proceder a curaciones individuales a media noche donde hacen uso frecuente de hojas de ortiga para flagelar el cuerpo desnudo del paciente, después de lo cual lo ungen con un aceite perfumado con efectos sedantes muy placenteros.

Humberto tuvo la amabilidad de ubicar mi hamaca al costado de la suya. La posición sentada en el piso en Takiwasi proporciona una sensación de estabilidad que permite “tocar tierra” cuando uno está muy embriagado. Esta vez, me sentí en un tobogán permanente, con la doble sensación placentera de flotar en el aire y angustiante de no poder estabilizarse durante los picos de la mareación. Un participante muy maerado vino a sentarse a mi cabecera, su cara a unos centímetros de la mía y se puso a gritar de felicidad queriendo compartir en español su alegría… Otro hombre gritaba y se tiraba en el suelo hasta rondar por las escaleras de madera, la maloca siendo apoyada sobre palotes que la mantenían a un poco más de un metro del suelo. Terminó echado bajo la maloca. Humberto no se inmutó con todas estas movidas y cuando le sugerí que este hombre tal vez necesitaba ayuda, me dijo “La ayahuasca lo castiga porque es un borracho, no pasa nada”. De hecho, en la mañana siguiente se lo veía apaciguado con la cara avergonzada.

En la mañanita, ya esclareciendo el día, tuve derecho a una flagelación de mi torso con las hojas de ortiga y luego el apaciguante y bienvenido bálsamo.

Con todo este contexto desconcertante para mí, no pude concentrarme como de costumbre, pero veía a través de la claraboya de la maloca, la figura imponente de un hombre fornido con cara de tigre y los ojos muy brillantes que me miraban fijamente. Me daba cuenta racionalmente que esa imagen se debía a los reflejos de la luna en los árboles circundantes, pero a la vez en la dimensión simbólica a la cual da acceso la planta, sabía que tenía una realidad otra que no podía descifrar. No se percibía agresiva ni con una intención específica, simplemente estaba ahí, estática, mirándome sin cesar. Me impresionó el hecho de ver esta figura permanecer durante toda la noche, por lo menos fue mi sensación, aunque la luna se desplazaba.

Al día siguiente, caminando de vuelta a su casa, Humberto se inquirió de mi vivencia durante la ceremonia. Le conté entonces cómo mi sesión había sido dominada por esta presencia enigmática. Se sorprendió mucho de ello, se detuvo y me dijo con un tono a la vez extrañado y admirado: “Entonces, sí eres un ayahuasquero”. Y me explicó que la ayahuasca que se había preparado era la “tigre-ayahuasca” y si el espíritu de esta ayahuasca se había dejado ver, era como una forma de permiso, de bienvenida dentro del mundo indígena. Sentí una puerta que se abría en su mente y para mí un orgullo como al soldado a quien se le colocan trenzas en charreteras, había ascendido de rango…

Para los indígenas amazónicos colombianos, y para Humberto como “anciano”, el yagé es de ellos, su propiedad, su herencia. Si admiten que los no indígenas tomen ayahuasca, es solamente como pacientes, pero no conciben que pueda traspasarse su uso legítimo a extraños no indígenas. Anteriormente, en Takiwasi, siempre tomó ayahuasca siendo él quien dirigía las sesiones. Le intrigaba que siendo occidentales pudiéramos dirigir sesiones y no nos tomaba realmente en serio. A lo mejor éramos personas bien intencionadas que actuaban como aprendices, jugando en la liga de los menores. Una vez, al final de una ceremonia, como a manera de prueba, me pidió sorpresivamente cantar un ikaro. No me lo esperaba y sentí que pasaba un examen frente al maestro. Me puse de pie y apelé al mayor ikaro para impresionarlo, el “Señor de los Milagros”. Me puso una buena nota “no está mal”, le sorprendió, pero no fue de naturaleza suficiente para sacudir sus certezas en cuanto que un occidental no puede llegar a ser Taita, a lo mejor un aprendiz de por vida. También le había tocado el orden y el rigor en las sesiones de ayahuasca en Takiwasi y lo tomaba como una buena cosa, inspiradora. Hasta había accedido a hacer entrar a las mujeres en el círculo de la sesión, dado que sus primeras sesiones en Takiwasi las había colocado fuera del círculo, al fondo de la maloca…

Esta vez, en Buena Vista, sentí que la atención que ya me manifestaba, los privilegios a los cuales me hacía acceder como no indígena, se asentaban en una suerte de reconocimiento que rompía sus esquemas.

Con esta misma atención paternal, de Taita a aprendiz, me introdujo en la sesión de ayahuasca con el Taita Querubin Queta, en Pasto, en agosto 2010. Participaron una decena de otros maestros de diferentes etnias y unas 30 personas más del Encuentro. Los Taitas formaron un pequeño círculo entre ellos y Humberto me puso a su derecha, insigne honor. Los otros participantes formaban un círculo más amplio alrededor. Estábamos en una sala inmensa, probablemente una sala de deporte, con una estufa en el medio. Hacía mucho frío, Pasto está ubicado a 2500m sobre el nivel del mar, y era invierno. Acostumbrado a tomar ayahuasca en ambientes tropicales, sufrí de frío toda la noche y me tuve luego que desplazar cerca de la estufa y envuelto en toda la ropa que pude encontrar.

El círculo de los Taitas era impresionante, los indígenas de la Amazonía colombiana llevan múltiples collares y adornos pectorales, y en especial con dientes de tigre. La cantidad de adornos y de dientes de tigre simbolizan su rango en el mundo espiritual. Me encontraba con los “obispos” de diferentes etnias y el “Papa” era Querubin Queta. Todos le manifestaban gran respeto y el gran Humberto, el anciano mayor de los Kofan, se parecía de repente a un niño tímido, lleno de reverencia cuando se dirigía a él.

El Taita Querubin no hacía alarde de su rango, no había necesidad: en el momento de las tomas, cada uno sabe quien es quien, quien tiene fuerza y poder. En la elección de los tres ancianos de la reunión de la UMIYAC en Mocoa, no hubo necesidad de discursos electorales ni propaganda. Simplemente, los participantes propusieron tres nombres, lo que se imponían sin duda al momento de enfrentar los embates de las ceremonias de yagé. Se preguntó a la asamblea si había oposición u otro aviso contrario. Nadie se opuso. Elección terminada, las tres personas propuestas fueron nombradas “ancianos” de la UMIYAC. Todo el proceso tomó, a lo más, media hora.

Querubin Queta, fuera del contexto ceremonial, se presentaba como un hombre afable y bromista. En la tarde anterior, todos salimos a la ciudad y fuimos a ver las tiendas de recuerdos turísticos. Al Taita Querubin le llamó la atención una tienda donde vendían lentes de sol. Y se compró unos anchos lentes de sol, bien oscuros, que le hacían parecer a una persona de la farándula. Se reía del asombro de los transeúntes viendo a este anciano indígena con sus collares y sus lentes de sol al estilo Ray Charles.

Después de tomar, en espera de los efectos, los Taitas empezaron a contarse sus aventuras típicamente selváticas, donde sus encuentros y relación con los tigres tenía el mayor espacio. Podía seguir la conversación ya que utilizaban el castellano como lengua común. Me sentía privilegiado y viviendo un momento excepcional, como en otro espacio-tiempo.

La mareación que llegó no me permitió seguir más el rumbo de las conversaciones. Los Taitas cantaban en desorden, según su inspiración, y por un periodo de aproximadamente una hora. Luego venía una fase de silencio, a veces retomaban sus charlas de manera amena, hasta emprender un nuevo ciclo de ikaros. En la mañanita vinieron las acostumbradas curaciones. Don Humberto, con reverencia y humildad se fue a conversar con Querubin Queta para solicitar que me haga una curación. Accedió y, a pesar del frío, tuve que ponerme el torso desnudo para que me hiciera una limpieza con cantos y pasadas de sus manos de anciano en mi espalda y brazos.

Querubin Queta tenía unos 96 años y pasó toda una noche curando y sanando. Que esté con los querubines viendo el rostro de Dios.

Jacques Mabit, febrero 2024.


1 El título Taita (Padre) se refiere a una persona que ha alcanzado un alto grado de dominio de la atención médica y espiritual en las prácticas de la medicina tradicional amazónica. Es un sanador y maestro espiritual. Puede afrontar solo los desafíos de las sesiones de ayahuasca. Tiene la función de iniciador y maestro.

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